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viernes, 14 de noviembre de 2008

Un extraño hombre lobo.


Hoy, mientras pensaba en la mirada del lobo, serio e inmutable he experimentado una sensación extraña. Un señor que paseaba a su perro, se acercaba hacia mí. Justo cuando el perro pasaba por delante de mí, se detiene y suelta un aullido. Era la primera vez que escuchaba a un perro aullar, el aullido había echo que mi mente volviese al mundo real y bajase del mundo de mis pensamientos. Pensé que el perro me había descubierto, yo también era un lobo, o al menos poseía su mirada. Después de esa vivencia he vuelto a viajar al mundo de los pensamientos para tratar de crear nuevos pensamientos. Este es el pensamiento que he sacado en claro:

La ciudad es como una gran manada ¿de lobos? No, de perros. Todas las personas somos como los perros y nos comportamos como tales. Creemos que hay un ser superior al que hay que obedecer, alguien que nos dice lo que está bien y lo que está mal y nosotros hacemos lo que él quiere para obtener una recompensa. En el caso de los perros está claro quien es el dueño, el ser humano, y cual es la recompensa, un trozo de carne. En los humanos los dueños, son los dioses, y la recompensa, una vida después de la muerte o cualquier otro privilegio sagrado. Los perros se han acostumbrado a la razón humana apagando los impulsos que al ser humano no le parecían correctos, lo mismo pasó con los dioses y el ser humano. Fijaos en esto ¿Qué pasa cuando un perro es abandonado por su dueño? Por fin es libre, puede dar rienda suelta a sus impulsos, pero no, se queda mendigando por las calles comiendo la comida de los humanos, no puede alejarse de ellos, sigue comportándose como los demás perros. Lo mismo ocurre con los hombres, cuando piensan que sus dioses les han abandonado y son la causa de su situación actual, no pueden separarse del resto de hombres que todavía creen en dios y deambulan en busca de un nuevo dios o de alguien que guíe sus vidas. No se atreven a tomar sus propias decisiones a pensar por si mismos a ser libres, del mismo modo que un perro callejero no se atreve a ir al monte y cazar por si mismo, porque nunca le han enseñado. El ser humano, al igual que los perros, están condenados a seguir órdenes, a ser corderos. Dentro de los lobos también hay una jerarquía, que a mi tampoco me convence, pero por lo menos el poder lo tiene uno de los propios individuos, no un ser superior. Yo tenía claro que de momento no era más que un perro callejero, había renunciado a ese todopoderoso ser superior, pero no me atrevía a alejarme de los demás perros y seguía comportándome como ellos. Poco a poco me estoy trasformando en un lobo, cada vez tengo más ganas de mandar esa vida de ataduras a tomar por culo. Pero cuando veo la libertad a lo lejos, siento que sería una tontería conseguirla sin poder compartirla con nadie. Agacho la cabeza y vuelvo a la manada de borregos, para así conseguir comida fácil, soy un lobo entre corderos que añora la diversión de cazar libre por el monte, esperando que una manada de perros vagabundos me digan: Vamos, esta vida de perros es una mierda, convirtámonos en lobos…

1 comentario:

Ácrata dijo...

Lo malo es que siempre se ha de ir detrás de alguien y acatar las órdenes de otro superior a ti.
No nos queda más remedio que acostumbrarnos a ser perros.
En fin, un muy buen texto, como siempre.

Un beso.